"Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así. Aprovecharlo, o que pase de largo, depende en parte de ti"


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miércoles, 14 de enero de 2015

A Tere Gea

Tere,

Jamás olvidaré tu desparpajo, tu espontaneidad, tu sentido del humor. Jamás olvidaré tu fuerza y tu coraje en estos últimos años que han sido un auténtico ejemplo vital para todos. Jamás olvidaré que fuiste tú quien me hizo tan fácil y tan divertido conocer en aquella tarde de verano, y nombre por nombre, a la inmensa familia Luque que desde hace más de seis años también es mía y que hoy llora tanto que te nos hayas ido. Y estoy convencido que mis padres estarán hoy encantados de ser ellos unos de los que te presenten como recién llegada a la inmensa familia de la Eternidad.

Eres Teresa de varios Jesús, incluido tu pequeño y segundo nieto Diego Jesús al que te ha dado tiempo de ver recién nacido en estos días. Por eso, para homenajear tu valor y tu coraje ante esta cruel enfermedad, déjame que cambie "dulce" por "Diego" en estos versos de Teresa de Jesús que leí hace poco y que no paran de darme vueltas esta noche en mi cabeza:

"Véante mis ojos, 
dulce Jesús bueno; 
véante mis ojos, 
muérame yo luego."

Descansa en Paz, Tere, descansa.

martes, 9 de diciembre de 2014

“Papá Noel” y los “Tres Reyes Magos”



 (Publicado en el Diario Jaén, el 6 de diciembre de 2014)



El día 6 de enero de este año que ya va acabando, Adrián Navarrete Molina disfrutó de sus últimas cervezas en su querida calle Real de Úbeda. Era el día de los Reyes Magos. En el día de los niños, un maestro y padre ejemplar que dedicó su vida entera a educar a generaciones de niños y a sus cuatro hijos, brindó por última vez en este mundo. Porque el 13 de enero, tras casi una semana de hospital y después de aquél último whatsapp  - “Descansando en la cama y disfrutando de magnífica familia. Sois extraordinarios” -  nuestro padre descansó en paz y paradójicamente la muerte que lo separó de nuestra madre hace veintisiete años lo unía con ella para siempre.

Como es lógico, hemos llorado mucho la pérdida de un padre y de un hombre bueno. No sólo sus hijos y su familia, sino todos aquellos que lo conocieron y disfrutaron de su forma de ser y su forma de enseñar. De su generosidad. De su bondad. Como su querido compañero Alonso Cano dijo en el día del homenaje por su jubilación, nuestro padre era una de esas personas a las que mejor aplica la hermosa palabra bonhomía.
Pero los Navarrete Orzáez ya no queremos llorar más. Y hemos cambiado el agua de las lágrimas por agua para bautizar a los tres nuevos reyes de la casa. Tres primos hermanos, tres nietos de ese Adrián Navarrete de cabellera blanca y abundante que no necesitaba cojines para disfrazarse de Papá Noel. Un José Luis y dos Adrianes que han nacido casi nueve meses después de que su abuelo brindara por ellos - sin saber aún que no eran dos, sino tres  -  en el día de los Reyes Magos, en el día de los niños. Dos Adrianes y un José Luis que de nuevo han llenado nuestras casas de alegría.

Y decidimos bautizarlos juntos. Porque igual que lloramos juntos en la despedida de un grande en el comienzo de un año, queríamos celebrar y reír juntos en la bienvenida de tres pequeños en el fin de ese mismo año. Así que comenzamos a organizarlo, cuadrando fechas, lugares de celebración, viajes de familiares,… y al final, encontramos el día idóneo para todos, que era hoy 6 de diciembre. Y una vez encontrada la fecha que cuadraba… caigo en la cuenta. Es el día de San Nicolás. ¿El día de San Nicolás? Sí. ¿Y qué? Pues mirad: San Nicolás era un obispo del siglo IV. De blanca cabellera y buen corazón. Generoso. Que repartió todo lo que tenía entre los más necesitados, especialmente los niños. Por eso San Nicolás es el patrón de los niños. Por eso San Nicolás o Santa Claus (o Bonhomme Noël en la cultura francesa) ha acabado siendo  el germen y origen de toda una institución en la tradición occidental, que va a las casas de tantos niños a dejarles regalos cuando se acerca la Navidad.

Providencial. No había mejor día que este. Desde aquel 6 de enero hemos llegado ahora al 6 de diciembre. De los tres Reyes Magos a Papá Noel. De un “bonhomme” que se nos va al Cielo montando un trineo impulsado por todo el amor que dio en la Tierra y cargado de los regalos del cariño y el recuerdo de tantas gentes que lo queremos tanto, a tres reyes de la familia que recibimos como un regalo del Cielo y que bautizamos hoy. 
 
Así que hoy brindamos por nuestro padre y por estos hijos que nos devuelven la vida que se nos fue. Estos niños, estos tres reyes de esta gran familia, que no sólo tienen padres y padrinos en su bautizo, porque tienen también patrón. De blanca cabellera. Bonachón. Amante de matemáticas y de juegos numéricos. Que ha cambiado el sitio pero no el hábito de brindarse a los demás y brindar con alegría. 

Adrián Muro Navarrete, José Luis Navarrete del Castillo y Adrián Navarrete Luque, atendedme bien, que os voy a decir algo muy importante: un “Papá Noel” muy bueno, muy bueno, muy bueno os ha regalado hoy y para siempre este día de fiesta grande en que os bautizamos juntos para que seáis muy, muy, muy felices y todos nosotros con vosotros. No olvidéis nunca este auténtico regalo.

Parece un cuento de Navidad. Pero no lo es.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Un adagio como yo






http://www.youtube.com/watch?v=8bneQ26bHXk


Si quieres encontrarme, hay muchos y bellos lugares donde hacerlo. Uno de ellos es esta música. El Adagio de la segunda sinfonía de Rachmaninov. A su melodía y  sus armonías están unidas muchas emociones y sentimientos vividos en momentos fuertes de mi vida. Uno de los Adrianes más auténticos de los que he sido en mi vida está aquí metido. En estos acordes y melodías que me acompañaron durante años y años, como bálsamo ante las decepciones y sufrimientos, y como vino reposado con el que brindar sin estridencias en las alegrías y los triunfos. Como si fuera una banda sonora o sintonía de los más intensos capítulos de mi vida. Por eso una parte muy importante de mi vida está aquí dentro. Dentro de estos compases. La música es el único arte que no sólo se crea, sino que se recrea necesariamente en el tiempo. Y nos permite prolongarnos en él. Oyendo este Adagio, sea hoy, o mañana, me estás oyendo a mí, porque este Adagio podría ser una especie de biografía en clave musical, o una parte de la columna vertebral que sostiene mi forma de ser.

Créeme. Te hablo a través de la melodía de este Adagio e intento decirte cómo me siento en un día tan normal y a la vez tan especial como hoy. Y cómo afronto los Tabores y los Calvarios de la vida, que de todo ha habido, hay y habrá.

Adagio es una forma de entender y enfrentar la vida. Pero este Adagio. Porque hay muchos y no todos son iguales. No estoy ensalzando la lentitud como mi principio vital. Ni tampoco estoy diciendo que mi bandera sea la calma. Hablo de este Adagio. Este concreto. En esta pieza no sólo hay tempo Adagio, que también. En esta pieza hay coraje y pasión. Garra. Hay espíritu ascendente. Edificante. Melodías que no se dan por vencidas. Melodías que crecen. Que levantan la cabeza tras la caída. Optimistas. Que se expanden con equilibrio. Sin estridencias. Melodías que buscan extenderse a los demás y aprovechar con gratitud cada parte de cada compás bueno que ofrece la vida. Melodías amigas y generosas que quieren llegar con naturalidad al corazón de los demás, para aliviar un mal rato o ayudar en lo que haga falta.

Me he equivocado muchas, muchísimas veces en mi vida. Y pienso que un modo de identificar mis errores podría ser medir la distancia entre mis comportamientos y lo que esta música simboliza. Cada vez que esta distancia ha sido grande, he cometido un error. 

Y ahora que has llegado, ahora que estás aquí, Adrián, hijo mío, que extiendes un nombre y apellido que llevo con tanto orgullo, me acuerdo de esta música. Porque veo en tu calma mi calma. Y en tu aliento, el mío. Y en la primera sonrisa que hoy, hace un rato, has dedicado a mamá, la expresión que mejor resume en un solo gesto todo lo que esta música significa para mí. Y me has hecho muy feliz, y me has hecho sentarme a escribirte. Ya me leerás. Lola está ahora aprendiendo a leer, e Inma a hablar, tú no te agobies y sigue aprendiendo a sonreír, que ya te tocará y llegará el día en que leerás esto. Un Adrián Navarrete, otro Adrián Navarrete, leerá estas líneas que con tanto cariño escribo para él. Y si buscas a tu padre, si buscas al Adrián que esto escribe, en esta música encontrarás una parte muy importante de mi vida. Y me conocerás mejor. Y entenderás mejor cómo me siento justo hoy. Y por qué te estoy escribiendo.

Bienvenido. Te quiero, hijo mío. En Adagio.  Sin prisa. Que tenemos - tú más que yo – mucho tiempo por delante. Para hablar, para leer, para escribir…

domingo, 16 de marzo de 2014

El desconsuelo de la distancia

(Artículo publicado en la revista “La Columna” el 16 de marzo de 2014)


Jueves Santo de 2013. En Granada. Las cinco y veinticinco de la tarde. Con la seriedad, el respeto y hasta los nervios con que me sentaba en la bancada de un aula cuando iba a hacer un examen muy importante, me senté frente al piano que, casi tanto como mi mujer y mi padre, es compañero de soledades y testigo de alegrías y penas a lo largo de mi vida. Mi mujer se sentó a mi lado, con mi hija Lola en brazos y mi hija Inmaculada en su vientre, descontando las horas para salir a iluminar el mundo con la luz de sus ojos.

En Úbeda, mi hermano Jose (28/03/13 16:53: “Te tendré presente toda la procesión”) formaba parte del inmenso guion columnero con su hachón apoyado en la cintura y su móvil guardado ya en su bolsillo. Y mi padre estaba en lo alto del Rastro mirando el guion que subía y pensando que al fondo, ciento y pico kilómetros al Sur, tras la sierra azulada de Mágina, estaba el penitente que le faltaba esa tarde en el último tramo de la fila negra y cardenal para dedicarle orgulloso su amplia, sana y característica media sonrisa nada más reconocerlo.
Todo estaba dispuesto.

Esperé unos minutos con la mirada perdida en el reloj del móvil que tenía sobre el piano. Estaba absorto en mis pensamientos, que ya a esa hora no estaban en Granada. Al poco, sonó el teléfono y entró una llamada de un amigo bueno. No estaba previsto, ni le había pedido que me llamara. Pero Rafa me llamó y al ver que lo hacía en ese momento, yo sabía de sobra el motivo de la llamada. Descolgué y no dije nada. Porque no podía decir nada. Y porque sobraban las palabras. Balbuceé un “gracias” y cerré los ojos, conteniendo una emoción que me recorría entero como una sacudida. Aguanté el llanto como la presa de un pantano a punto de resquebrajarse. Tragué saliva. Silencio y más silencio durante unos minutos. Silencio en mi casa, en mi familia, en mi piano, en el altavoz de mi móvil. Mis manos sobre las teclas del piano, acariciadas por las yemas de mis dedos.

Y comenzó el Desconsuelo con su solemne dos por cuatro y su doloroso Do menor. Nota por nota, acorde por acorde, compás por compás, fui tocando el Desconsuelo al mismo tiempo que lo oía sonar en el Claro Bajo gracias a las redes de comunicaciones que tanto me acercan y tanto me separan de mi Úbeda del alma. Por mis dedos se escapaban decenas y decenas de emociones que me recorrían entero, en dos por cuatro y en Do menor. La música del Desconsuelo circulaba de mis oídos a mis manos, atravesándome y haciendo estación de penitencia en mi corazón.

Esa tarde de Jueves Santo fue tan especial que toqué el desconsuelo con mis propias manos. Lo palpé. Lo sentí. Me inundó como nunca antes lo había hecho. He tocado el Desconsuelo cientos, no sé si miles de veces, en pianos y órganos, en mi casa, en San Isidoro, en Madrid, en Granada, en Sevilla, en decenas de lugares; solo en mi casa o ante mucha gente. En fiestas alegres y en despedidas muy tristes, como aquel primero del año 1996. También lo he oído en multitud de versiones, desde la orquestal que tanto disfrutamos y lloramos Antonio Fuentes y yo en Madrid hasta el tan original como inesperado “Desconsuelo de Relatores” que compartí hace años con mi amigo Paco Martínez. Pero esa tarde toqué el desconsuelo. Entenderéis la diferencia de matiz entre tocar u oír el Desconsuelo de Franco Ribate y tocar o sentir el desconsuelo de la distancia. El desconsuelo de no ver. De no estar. De no vivir en presencia lo que desde que tengo conocimiento siempre viví tal día como ese y en una tarde como esa. En un año de cambio de recorrido, os puedo asegurar que en mi alma sí que viví un cambio grande de recorrido sentimental.

Jueves Santo de 2014. Estaré en Úbeda, aunque sé que sentiré y tocaré con los dedos del alma otro desconsuelo de la distancia. Un desconsuelo que no esperaba sentir cuando comencé a escribir este artículo. Un desconsuelo para el que no hay Do menor que aguante su dolor ni dos por cuatro que mida su solemnidad. Es el desconsuelo de otra distancia. La distancia que es nula e infinita al mismo tiempo. La distancia invisible, sin mesura posible, sin ley que la explique ni métrica que la dimensione. La distancia misteriosa y paradójica de tener justo al lado a quien no veremos más con los ojos miopes y mortales porque está muy lejos, en el Bosque de la Vida que hay más allá del Claro Bajo. La distancia infinita que la Fe reduce al cero matemático deshaciendo el estrangulamiento del nudo misterioso y doloroso del signo infinito (∞) y convirtiéndolo en la circunferencia de un cero que no tiene ni inicio ni fin porque simboliza la eternidad. La distancia, en fin, que este año, como el año pasado pero a diferencia del año pasado, me separará de mi padre. Porque en 2014 me faltará y me acompañará al mismo tiempo el penitente de La Columna cuya mano cogí para aprender a andar, el que me enseñó a hacerme el nudo del cíngulo cardenal y negro, el que subía conmigo a la azotea para explicarme por qué ese Jueves Santo de mi infancia tampoco iba a llover aunque los nublos atenazaran mi ilusión de pequeño columnero.

Mi padre fue un hombre bueno y un cofrade recio. Un cristiano de Fe profunda. De Fe sin alharacas. De Fe pudorosa. De Fe limpia. De Fe auténtica. Como cofrade de La Columna, he vivido grandes y numerosos momentos de mucha emoción con mi padre, ya podéis imaginar. Y me siento muy afortunado por tener lleno el corazón de estos recuerdos con él. Pero os confesaré algo: la vivencia más intensa y hermosa que he compartido con él en Semana Santa no ha sido ni un Jueves Santo, ni un Viernes Santo. No. Aunque sí ha sido con el Cristo de la Columna como testigo. La vivencia de la que hablo es la que he tenido tantos años la suerte de compartir con mi padre en San Isidoro, en la Vigilia Pascual, celebrando que la muerte no es el final, que Cristo vive y que existe el regalo de la vida eterna, y que los que mueren no nos dejan sino que gracias a Dios siguen con nosotros. No recuerdo ver derramar una lágrima a mi padre viviendo algún momento intenso del Jueves o Viernes Santo. Mentiría si dijera lo contrario. Pero jamás olvidaré ver a mi padre emocionarse profundamente en la celebración de la Resurrección de Cristo y de todos los que siguen su rastro. Cristo vive. Por eso la distancia del desconsuelo es nula y no infinita. Por eso seguiré superando el desconsuelo de la distancia con el que me ducho a diario desde hace años, en el que me bañé el Jueves Santo pasado, y donde ahora a veces pienso que me ahogo desde el último aliento de mi padre. Por eso se irán, como aquel Jueves Santo de mi infancia, los nublos que hoy atenazan y entristecen mi corazón. Por eso Adrián Navarrete Molina, el último al que querría yo dedicar un artículo como éste, me dijo hace unos días, despejando con maestría la incógnita más importante del complejo sistema de ecuaciones de su vida, “prometo que no me voy a ir”.

Adrián Navarrete Orzáez
Enero de 2014

sábado, 15 de marzo de 2014

A ti, que eres mi vida entera


https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=q2wX7saNsLE


Traigo hoy aquí un recuerdo imborrable de mi juventud, que nunca había contado antes, pero que últimamente no para de resonar en mi cabeza. Y en mi corazón.

Sería una tarde del otoño de 1986. Íbamos en un Renault 9 mi padre, mis tres hermanos y yo. Íbamos por la famosa recta de la N322 dirección a Úbeda. Esa tarde habíamos estado en el campo. Mi madre se quedó en Úbeda porque tenía algo que hacer o había quedado con alguien. Esos días todavía llevaba una vida muy normal a pesar de lo avanzado de su enfermedad, que desde unos meses antes la tenía condenada y sin solución posible, según comunicó por teléfono el médico de Madrid a mi padre y único depositario de esta terrible información, cuando le confirmó que ya no tenían que ir a más revisiones a Madrid porque no había nada que hacer.

Mi padre aún no había cumplido los 41 años. Tenía exactamente la misma edad que yo ahora.

A mi madre le encantaban las canciones de José Luis Perales. Teníamos varias cintas en aquél Renault 9.

Y sonó esta canción en el coche. Canción de Otoño. Lo recuerdo como si hubiera pasado ayer mismo. Y mi padre la cantó con tanta fuerza y emoción como para que se me quedara ese viaje para siempre guardado en el recuerdo. Cada vez que cantaba “A ti, que eres mi vida entera…”, intercalaba un “mamá” que le salía del alma y que sus hijos acabamos cantando a coro con él cada vez que llegaba el estribillo.

Esos días él ya sabía cuál, y casi cuándo, iba a ser el final. Y cantó aquello dedicado a su mujer, y junto con sus cuatro hijos, el mayor con 13 años, la menor con 6. En la nacional 322. Dios, con qué coraje. Y en la carretera de la vida. Cercano a un umbral de comienzo de un viaje que sabía que le tocaba capitanear en breve y en solitario con una tripulación de niños, cuatro, que se dice pronto, a los que llevar desde la infancia hasta la edad adulta, pasando por la adolescencia, y por todas las dificultades que la vida siempre depara a todo el mundo, si bien es cierto que hay gente que consigue superarlas con tanta maestría que bien parecería que no se topó con tales dificultades durante su existencia.

Este viaje, el de la recta de la N322, ocurrió. Así, como lo cuento. Con todo el escalofrío con el que como padre que soy hoy examino a toro pasado - y vaya toro y vaya torero - estos acontecimientos. Si no fuera porque los viví desde dentro, pensaría que no fueron así, que están exagerados. Pero esto no es el guion inventado de una película sensiblera. Es una vivencia del que esto escribe, que fue testigo de cariños y también de discusiones de sus padres; de encuentros y desencuentros, de momentos hermosos y complicados, de besos y de reproches, de todo aquello que vemos y vivimos en cada familia normal y corriente porque estamos hechos de una pasta imperfecta pero con la que con cariño y calor mutuo, se pueden moldear formas hermosísimas y perdurables. Eternas. Así que digo verdad: fui testigo de muchas cosas y también de hechos como el que cuento – y este no es el único - que son toda una cátedra de amor y coraje de la que aprender toda una vida.

Y lo comparto aquí, con cierto pudor por exteriorizar un recuerdo muy hermoso pero muy íntimo de mi infancia, porque al final no me ha dado tiempo de hablar de este recuerdo con mi padre. Y es que cuando se pierde a un padre es cuando uno se da cuenta de la cantidad de cosas que tenía pendientes de comentar con él. Ya sé que es un tópico. Pero también es una verdad auténtica que a veces me sigue quitando el sueño. Y precisamente por ello no quiero dejar en mi “debe” esta cuenta pendiente de comentar y compartir con quien quiera leer y aprovechar esto.

Y lo comparto aquí porque es una bellísima y auténtica historia de amor. Que no fue amor de un día, de una tarde, de una canción. Esa canción cantada por mi padre a mi madre a viva voz aquella tarde de otoño del año 86 tenía un histórico previo precioso, un presente durísimo como para derrumbarse en el sitio, y sobre todo, un futuro en ese momento incierto aunque también lleno de fe y esperanza: años y años de hacer realidad una idea, de hacer tangible una canción, de hacer del amor y la entrega una bellísima realidad que se puede ver y tocar, de hacer permanentemente presente en su vida y la de sus hijos a la mujer de la que siempre permaneció enamorado. Y ese histórico de entonces y ese presente de entonces y ese futuro de entonces, son hoy una realidad pasada que atesoro en el fondo de mi corazón y en el centro de mi alma con la noble convicción y la sana alegría de haber tenido la suerte de vivirlo y lo que es auténticamente importante: la oportunidad de aprenderlo.

En este blog hay muchas cosas que son parte de mi vida. Otras son mi vida entera. Hoy lo que comparto tiene más que ver con lo segundo que con lo primero. Gracias por adelantado por permitirme esta sinceridad.

Y oíd: Sed felices. Que sólo hay que querer.

Ah. Y que a mi padre no le gustaban las canciones de Perales.


miércoles, 22 de enero de 2014

A mi padre

El 19 de junio de 2010 dije estas palabras a mi padre, en el homenaje que sus hijos y sus amigos le organizamos por su jubilación. Me emociona releerlas ahora, una vez pasado el 13 de enero de 2014 que ha hecho ya marca imborrable en mi vida. Pero sobre todo me reconforta mucho releerlas, y más aún, cerrar los ojos y ver de nuevo su cara mirándome mientras le decía estas cosas, en las que me reafirmo letra por letra, palabra por palabra.


"Papá, eres la persona a la que más admiro en el mundo, y la persona a la que más debo lo que soy y lo que tengo. Y hoy, que estamos pasando este rato tan bueno en tu honor, es buen día para decírtelo públicamente, alto y claro.

Eres un auténtico maestro. Y aunque te jubiles, lo seguirás siendo siempre. La palabra magisterio proviene del griego “mayeo”, que significa “ayudar a parir”. Qué hermoso. Has estado cuarenta y siete años ayudando en el tantas veces doloroso parto de entender las Matemáticas a ubetenses de tres generaciones. ¿Cuántas veces te ha dicho un padre de alumno “gracias” porque desde que enseñas Matemáticas a su hijo las entiende? Muchas, tú lo sabes. ¿Cuántos alumnos te han agradecido tu modo de hacer fáciles e interesantes las Matemáticas? Muchas, también lo sabes.

Y sobre todo, fíjate cómo has sacado lo mejor de cada uno de tus cuatro hijos. Cuatro hermanos, que somos una piña y que daríamos la vida por nuestro padre, porque nuestro padre ha dado su vida, su vida entera, por nosotros. Con qué sencillez, con qué naturalidad, has sabido sacar lo mejor de cada uno de nosotros y nos has hecho personas muy felices, cada cual con su personalísima forma de ser. Y lo has hecho con absoluta naturalidad, con toda sencillez. Como los grandes maestros, que lo resuelven todo natural, sencilla y modestamente, por complicado que sea. Que lo hacen todo fácil: sea la temida asignatura de las Matemáticas o el apasionante reto de la vida.

Admirado padre y maestro: siempre te ha gustado más enseñar a sumar que a restar, a multiplicar que a dividir. Durante tres años no sólo fuimos padre e hijo, sino también maestro y alumno. Esos años tú me explicaste los números enteros y los naturales. Pero sobre todo, me has enseñado a afrontar con entereza y naturalidad todos los envites de la vida. Esos años tú me explicaste a resolver los sistemas de ecuaciones, pero ante todo me has enseñado a solucionar los complicados sistemas de ecuaciones que tantas veces la vida nos plantea.

No conozco a nadie más generoso que tú. A nadie más bueno que tú. A nadie más humilde que tú. A nadie más genial que tú.

Como buen maestro, has sabido enseñar de la mejor manera que existe: con coherencia, con ejemplo, con humildad y con naturalidad. También con prudencia y con paciencia. Pero tu mayor enseñanza, para todos los que te rodeamos, es que has sabido llevar la carga de la vida, el yugo de los problemas, con tanta naturalidad y con tanta maestría que has despertado admiración de la más buena y profunda no sólo en tus hijos, sino en todos los que te conocen. Has demostrado que toda carga es llevadera. Que ningún yugo es demasiado pesado. Que se puede ser feliz. Que todo problema tiene solución. Que ninguna estridencia tiene sentido. A ti hemos ido cada vez que nos hemos sentido cansados o agobiados, y tú nos has aliviado. De ti hemos aprendido lo mismo a resolver problemas matemáticos que problemas vitales, lo mismo a resolver quebrados que a animar a abatidos. En fin, nos has enseñado a vivir.

Te jubilas ahora, y mira por donde te coincide con dos hechos muy importantes: por una parte Lolina, tu queridísima Lolina, nuestra admiradísima Lolina, está totalmente preparada y dispuesta para tomarte el relevo del Magisterio que tú cogiste de tus padres, y por otra parte también coincide tu jubilación con el aumento de la familia, con la extensión generacional de tus benditos genes, esos que también heredaste del abuelo Adrián y la abuela Lola, y que ya corren por el cuerpecillo de tu preciosa nieta Lola que te tiene “embobaico” perdido, por el del pequeño embrión que Jose y Mária miman cada día y que hoy está dando tretas de alegría en honor a su abuelo Adrián, y por todos los que vengan después.

Papá, que Dios te dé una larguísima jubilación donde recibas de tus cuatro (más cuatro) hijos, de tus “n” nietos, y de tus infinitos amigos, tanto amor como has derramado tan generosa y sencillamente durante toda una vida. Me quedo corto, muy corto, diciendo un simple “te lo mereces”. Tus padres y tu mujer, desde allí arriba, y tus hijos y tus nietos, desde aquí abajo, estamos todos orgullosísimos de ti.

Voy terminando con una cita bíblica, del evangelio de San Mateo, que fue la lectura del día que mamá y tú os casásteis, un viernes 9 de junio de 1972, festividad del Sagrado Corazón de Jesús. Cuanto más la leo, más veo que esta cita tiene mucho que ver contigo, papá, y no sólo por ser el evangelio que se leyó el día de tu boda:

“En aquel tiempo, exclamó Jesús:
-«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» “
Hay cosas grandísimas, que nos llenan de alegría y nos hacen inmensamente felices, absolutamente felices, y que no se pueden explicar, y que no se entienden hasta que no se viven en primera persona. Una de ellas es la de ser padre. Y otra, la estoy viviendo ahora mismo. Y consiste en poder decir delante de todos vosotros, pero sobre todo, delante de mi hija de mi alma: Papá, muchísimas, muchísimas, muchísimas gracias.

Tu hijo Adrián."

viernes, 19 de julio de 2013

Chiquitita Andalucía




 




         “Chiquitita, tell me what’s wrong. You’re enchained by your own sorrow. In your eyes there is no hope for tomorrow. How I hate to see you like this. There is no way you can deny it. I can see that you’re so sad, so quiet.”

            Mi querida Andalucía,

            “Cuéntame dónde está el error”, te pregunté ayer. Y te vi chiquitita, chiquitita. Ayer me hiciste pasar un día malo, porque constaté que eres extensa, pero no grande, aunque te atraviese y te riegue un río tan grande en etimología y tan largo en historia. Te vi encadenada a tu triste pobreza de miras. Vi en tus ojos que no tienes esperanza en el futuro. Y odio verte así. Quisiera hablar yo con alegría de la gran Andalucía en la que nací y pediría nacer de nuevo si me preguntaran, pero voy a hablar de la chiquitita Andalucía. Esta Andalucía nuestra que sigue empantanada en la mediocridad. Invadida de tanta mediocridad que sólo sabe ver mediocridad. Esta Andalucía que no huele ni distingue el talento, sino que teme perder la prebenda. Esta Andalucía que antepone el favor al mérito. Te sigo viendo triste y callada. Paralizada en tu propia maraña de clientelismo que has permitido fosilizar en tus entrañas.

            Afortunadamente me veo libre para hablarte así, querida Andalucía. Porque lo que soy sólo y tan sólo se lo debo a quienes me educaron y me enseñaron a ganar con mi esfuerzo y mi sacrificio todo aquello que sea capaz de obtener o alcanzar. Y con la misma libertad te digo que en mí puedes confiar. Porque no te estoy poniendo verde. Te hablo con toda la blancura de la sinceridad. Te ofrezco, digo mejor, te sigo ofreciendo mi hombro. El de mis impuestos, el de mis ideas, el de mi trabajo, el de mi voluntad y mi capacidad entera. No me pidas que te adule. No me pidas que me ponga una venda en los ojos. No me pidas que sea condescendiente con mil argumentos que justifiquen lo injustificable. NO. No me da la gana. Con todo el cariño te lo digo, pero no me da la gana. Porque te quiero, Andalucía, me duele verte así. Y porque te quiero, Andalucía, te hablo así. Porque ahí afuera se ríen de ti. Y no me da la gana. Deja ya de una puñetera vez de engañarte a ti misma. Sé honesta. Justa. Auténtica. Abandona el comedero y busca nuevos campos donde labrarte un futuro mejor. Con trabajo, claro. Que no es fácil. Si eso ya lo sé. Por eso quizá no te gusta que te hable así. Porque te incomodo. Porque vengo como Monterone en Rigoletto a aguar una fiesta que ya dura demasiado y donde los invitados no tienen reparo en contemplar desde una posición cómoda y con una mezcla frívola de diversión y morbosidad las desgracias de un pobre bufón jorobado sobre cuya espalda todos ponen sus miserias.

            No le escribo esto a la Junta de Andalucía. No. No sólo. Le escribo a Andalucía. Con su Junta, por supuesto, con el resto de sus administraciones públicas, y con todos sus andaluces también. Porque el futuro y todo lo bueno que consiga Andalucía no sólo es responsabilidad de los políticos. Así como lo malo y lo infecto de Andalucía no sólo reside en sus políticos. Basta ya de pensar que la corrupción es un término sólo aplicable a la clase política. Que está invadida por la corrupción, sí, yo también lo pienso. Pero Andalucía entera debe demasiado a la corrupción del clientelismo. No hablo de algunos. Hablo de miles. No seas hipócrita, mi querida Andalucía. No mires la viga en el ojo de la clase política sin asumir ni reconocer que el otro extremo de esa viga está en tu propio ojo. Que quizá por eso estás ciega y no ves bien lo que pasa.

            Como padre y como contribuyente, quisiera pensar que cada oposición es una preciosa oportunidad para que la enseñanza pública contrate a los mejores educadores. Ahí comienza la mejor calidad de la enseñanza que tanto gusta pregonar a todo el mundo. Pero lamentablemente, esto no es así. Tengo claro que no es así. Y suplico que me quiten la razón, que me demuestren que esto son cosas mías porque haya tenido ayer un mal día. Pero hoy no tengo otra opción que pensar que cada oposición es todo un tratado de exaltación de la amistad, de devolución de favores, y todo ello bajo el amparo de la más exquisita legalidad y el cumplimiento exquisito de las normas vigentes. Con esto no digo que no haya miles de opositores que han conseguido y consiguen su plaza con total merecimiento. Los conozco a puñados y los admiro. Pero todos sabemos que no son uno, ni diez, ni cien, ni mil, los que la consiguen por otros cauces, quizá porque por el cauce real jamás llegarían. Esto es así. Y todos lo sabemos. Es tristemente así.
           
            “Chiquitita, you and I cry, but the sun is still in the sky and shining above you. Let me hear you sing once more like you did before. Sing a new song, Chiquitita”

            Cántate otra, chiquitita. Ojalá sepas algún día cantar una canción nueva. Sabes bien que cada día trae su sol que tanto brilla sobre ti, Andalucía mía. Y cada día es una enorme oportunidad para ser mejores. Y más libres. Ánimo. Jamás dejes de intentarlo.

             En fin. Como estoy libre de enchufes, descargo mi indignación de hoy con este primer voltio. Caramba.